Uno de los fariseos que había escuchado a los discípulos de Juan el Bautista preguntarle a Jesús si él era el que había de venir o debían esperar a otro, quedó asombrado al ver cómo Jesús respondió a la pregunta en vivo sanando ciegos, cojos, leprosos, sordos y resucitando muertos.
Entonces le rogó a Jesús que aceptara comer con él en su casa. Ese día el fariseo abriría sus puertas para él y sus discípulos en su patio principal.
Pero el fariseo solo quería observar de cerca a Jesús y estudiar sus movimientos.
Ya en la casa, Jesús no se sentía bienvenido.
Al sentarse a la mesa, una mujer que estaba detrás de él, a sus pies, comenzó a llorar y a regar sus pies con lágrimas.
Los besaba, los secaba con el cabello y los ungía con perfume de nardo, con una fragancia tan viva y penetrante que nadie en aquel lugar pudo evitar voltear sus narices para ver de dónde provenía esa fragancia.
A esta mujer no le importaba la discusión teológica del fariseo, ni la comida, ni la fiesta, ni la mesa bien puesta.
Tampoco le importaba lo que pensaran de ella por hacer lo que hacía. Sólo quería saber una cosa: si podía ser perdonada.
El fariseo pensaba: "Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora."
Jesús le respondió como si lo hubiera escuchado en voz alta: Simón, una cosa tengo que decirte.
Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?
Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.
Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?
Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.